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Como se mide la felicidad

Con el PIB ya no basta.
Occidente mira a Buda y a Bután, un remoto país oculto entre las cumbres del Himalaya. Bután recoge en cierta medida aquellas teorías que emergieron en los años 70 desde la economía ecologista y el movimiento feminista para replicar al todopoderoso PIB como único medidor del bienestar de una sociedad. Jigme Thinley, primer ministro de Bután, defendió hace unos días en Madrid un cambio de paradigma, superar el producto interior bruto (PIB) al entender que “no es un indicador fiable de la satisfacción vital: el crecimiento económico ilimitado ya no es sostenible porque es a costa de los recursos naturales”.

En este rincón del Himalaya ya han puesto en práctica su felicidad interior bruta (FIB), que pretende evaluar el grado de bienestar de sus habitantes en función de parámetros como el grado de conservación de su entorno natural y de su patrimonio cultural o la distribución equitativa de la riqueza. En tanto país budista, Bután presta especial atención a la naturaleza y, consiguientemente, al impacto del cambio climático. Precisamente una de las principales críticas al PIB es que “es insensible al agotamiento de los recursos naturales que frecuentemente acompaña a las actividades económicas”, apunta Jordi Roca Jusmet, catedrático de Teoría Económica de la Universitat de Barcelona. Para Roca Jusmet, “las variaciones del patrimonio natural no afectan al PIB, de forma que el “éxito económico” de una economía puede esconder la destrucción acelerada de los recursos de los que depende sin que el PIB nos dé ningún aviso de ello”.
El PIB, en cuanto mide sintéticamente la actividad económica, es sencillo y fácil de aplicar; de hecho, su evolución positiva o negativa determina en buena medida el éxito o el fracaso de un gobierno, pero es limitado, pues obvia cuestiones cada vez más relevantes para las sociedades desarrolladas, como el tiempo dedicado al trabajo y al ocio o el valor de los ecosistemas. “Tendríamos que ir hacia un conjunto de índices que midan la situación social y ambiental. El PIB debería dejar de considerarse como el indicador de progreso de la sociedad y dar más importancia en el debate político a un conjunto de indicadores sociales y ambientales: la esperanza de vida, la desigualdad, las emisiones de gases de efecto invernadero…”, añade Roca Jusmet.
De momento, el índice de desarrollo humano (IDH) del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) diseñado por el premio Nobel Amartya Sen hace veinte años es la iniciativa que ha llegado más lejos. “El IDH ha tenido un papel positivo porque ha difundido la idea de que el PIB no lo es todo”, opina Roca. Junto al IDH ha proliferado un variopinto abanico de índices, unos más científicos que otros. Junto a la ONU, a premios Nobel de Economía, a fundaciones internacionales o al mundo académico, también la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE), el presidente francés Nicolas Sarkozy, el Banco Mundial y la Unión Europea se han sumado al debate sobre la necesidad de complementar el PIB con otros medidores del bienestar.
Algunos han cobrado cierta notoriedad. La New Economics Foundation (NEF) de Londres ha elaborado el índice del planeta feliz (IPF), que en su última revisión (2009) lidera Costa Rica, un país cuyo PIB representa la cuarta parte del de EE. UU. El IPF combina esperanza de vida, con satisfacción vital y huella ecológica (concepto que evalúa el impacto sobre el planeta de un determinado estilo de vida) para establecer el bienestar de una sociedad. “Si no eres pobre, tener más no significa ser más feliz; cuando los gobiernos presentan cada trimestre los datos del PIB también deberían dar a conocer la evolución del capital natural, es decir, si vivimos fuera de los límites de la tierra; de bienestar humano, si la gente tiene tiempo libre, sufre estrés…, y de justicia social, si los recursos están repartidos de manera equitativa”, apunta Aniol Esteban, responsable de Economía Medioambiental de la NEF.
Cada vez más economistas rechazan la idea de que más PIB signifique más bienestar. Puede subir el PIB y a la vez aumentar el número de parados y dispararse las desigualdades. “Lo básico es darnos cuenta de que el objetivo de la sociedad no tiene por qué pasar por el crecimiento económico, sino por aspirar a la felicidad, que no es un concepto tan abstracto. La Encuesta Mundial de Valores fija mecanismos para determinar el grado de satisfacción vital; por ejemplo, en Estados Unidos la satisfacción vital se ha estancado desde los años setenta: el consumo ha aumentado, tienen coches más grandes, pero trabajan más horas y se declaran menos felices”, opina el filósofo Jordi Pigem.
La OCDE también ha iniciado un proceso de reflexión sobre el tema, asume que 50 años de progreso económico no se han traducido en que los ciudadanos se sientan más felices y constata que la crisis económica invita con más vigor a que los gobiernos se afanen en hacer un diagnóstico más sofisticado de los escollos que limitan el bienestar. La Comisión Europea se ha fijado como tope el 2012 para diseñar un índice que evalúe el daño y la degradación del medio ambiente y para mejorar las estadísticas sobre calidad de vida.
Planteamientos en la línea del “paradigma más holístico” defendido por el primer ministro de Bután. Desde las cumbres del Himalaya sostienen que disponer de más tiempo libre, facilitar el acceso a una naturaleza prístina, el equilibrio mental o la vitalidad de la comunidad juegan más a favor de la calidad de vida que un PIB estratosférico.
Indicadores de bienestar
Felicidad interior bruta. Bután evalúa la felicidad de sus habitantes según cuatro conceptos: un desarrollo socioeconómico sostenible y equitativo; la preservación de la cultura; el respeto al medio ambiente, y el buen gobierno.
Índice del planeta feliz. La New Economics Foundation analiza la esperanza de vida, la huella ecológica y la percepción de felicidad del ciudadano de 143 países. En su último estudio, del 2009, Costa Rica encabeza el ranking y España ocupa la posición numero 76.
Índice de bienestar de Canadá. Salud, vitalidad de la comunidad, tiempo libre, acceso a la educación y a la cultura y compromiso democrático fijan el índice elaborado por la Universidad de Waterloo.
Índice de desarrollo humano. El PNUD creó hace 20 años este sistema para evaluar el bienestar del mundo (véase la página siguiente).
Progreso genuino. El IPG, que se remonta a los años 50, incorpora actividades no remuneradas por el mercado, como el trabajo doméstico, el cuidado de familiares o el voluntariado. También incluye los
La huella ecológica, establece el área biológicamente productiva, tanto terrestre como marina, necesaria para producir los recursos que consume la humanidad y absorber los desechos que provoca. costes derivados de la degradación ambiental, las desigualdades de renta, la deuda externa y la delincuencia.
Ahorro genuino. Indicador elaborado por el Banco Mundial que divide la riqueza de los países en cuatro ámbitos: el capital natural, el humano, el físico y el social.
Índice de bienestar económico sostenible. Desarrollado por Daly y Cobb, también incluye el trabajo doméstico y descuenta el coste de las externalidades asociadas a la polución y el consumo de recursos.
Rosa M. Bosch
Publicado en: La Vanguardia

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